Venecia sin ti

Gracias Aznavour por el título

 

Carmen, te he escrito esta carta, ya sé que no me escuchas, que no puedes escucharme. En realidad no te hablo a ti, me hablo a mí mismo. No puedes saber la sensación que me produce el verte ahí, en esa cama, rodeada de todos esos tubos, esas agujas que te perforan, esas máquinas que son las que hacen que todavía digan que estás viva. Ya no estoy desesperado, lo estuve al principio, me preguntaba constantemente el por qué, sufría por cada segundo en que permanecías en esa muerte suspendida. Ahora, no es que me haya sometido, sólo me he acostumbrado. Me queda solamente desolación y tristeza. Han pasado tres años, más de mil días desde que estás en este hospital, en esa cama, inmóvil, ajena, manteniendo una aparente imagen de vida que no puede engañar a nadie. Porque tú hace ya más de tres años que no estás viva. Tu cuerpo permanece en esa animación artificial, lo mantienen, porque por sí solo no tiene fuerzas para empujar la sangre a través de las venas, para absorber el aire necesario, para nada. Desde el día del accidente, Carmen, tú dejaste de vivir. Me da mucha pena verte, estática, momificada. Tú que eras tan activa, tan vital. No te podías estar quieta ni un minuto; por eso quizá no te gustaba leer, sólo veías un poco la televisión pero te cansabas pronto de la inactividad. Así tenías la casa, ordenada, pulcra. Pensaba que es una pena que no hayamos tenido hijos, aunque vista la situación, tu estado, ha sido mejor el no tenerlos. ¿Quién iba a cuidarlos? Quizá a mí me hubiera servido de consuelo, pero para él, tan pequeño, un par de años a lo sumo, quedarse sin madre hubiera sido horrible. Sí, es mejor el que no los hayamos tenido. También se ha quedado pendiente ese viaje a Venecia que queríamos hacer en cuanto tuviésemos un poco de desahogo con el dinero. ¡La ilusión que nos hacía! Ya no pasearás en góndola por los canales ni darás de comer a las palomas en San Marcos. Yo tampoco. No podría ir a Venecia sin ti. No sé por qué te estoy contando todo esto. O me lo cuento. Me vienen amontonadas todas estas ideas, todos estas imágenes de nuestra vida en común, tan corta, pero tan espléndida. Es raro, pero lo que más rememoro son sensaciones. ¿Te acuerdas, en Asturias, ese verano paseando por los valles verdes, florecidos, como nos reíamos por nada, por vivir, por que éramos felices? Esas cosas son las que me vienen ahora a la memoria. O la pena que sentiste cuando se te murió Frik, el canario. Estuviste dos días desconsolada, mustia, ausente. No me hago, no quiero hacerme a la idea de que esos tiempos no volverán. Pero racionalmente sé que es necesario que lo supere, que acepte la realidad. Es costoso y doloroso. El corazón tiene razones... ¡qué gran verdad! Pasa el tiempo y se acerca el momento, tus padres están fuera, ahora entrarán, les he pedido que me dejen unos momentos a solas contigo, lo necesitaba. Ellos también quieren despedirse. Por que sabes Carmen, te vamos a desconectar. Dentro de unos instantes. No vas a sufrir más. Adiós, Carmen, adiós.