Sin embargo, me siento orgulloso de ella

 

Algo me obstruía la boca , repugnante, como una encíclica del picapedrero polaco. Me fui dando cuenta de la incapacidad para abrir los labios. En los brazos también tenía problemas de movilidad. Entonces abrí los ojos.

La realidad era mucho peor de lo que pudiera haber imaginado. Estaba tumbado en la cama, desnudo, con la boca firmemente tapada por varias vueltas de cinta de embalar. Los tobillos y las muñecas, atados a los extremos por férreas ligaduras que se me clavaban de tal manera que supuse que cercana estaba la salida de la sangre. Por la cintura, una soga me anclaba al somier. No había duda, estaba prisionero.

Y en un lado, sentada en el silloncillo donde yo dejaba la ropa, desnuda totalmente, con el largo cabello bajando por sus hombros y semi cubriendo su hermoso pecho, Ojos de Sol me contemplaba, impertérrita, estática, con mirada de obispo inquisitorial. Cuando descubrió que había ¿despertado, recobrado el conocimiento...? sonrió con la fría mirada criminal de una presidenta de comunidad.

Iba recobrando el sentido de la realidad. De fondo se oía música: «Impérios de um lobisomem / Que fosse um homem / De uma menina tão desgarrada / Desamparada se apaixonou...» Era de esperar, Mistérios da Meia-Noite, una de sus canciones predilectas. Ella, en las manos sostenía algo que no pude identificar.

Giré lo máximo que pude la mirada en rededor. Sobre la mesilla, una colección de cajitas que identifiqué como las antiguas “guilletes”, hojas de afeitar casi desaparecidas hoy en día. Y de forma repentina y sobrecogedora, identifiqué el artilugio que sostenía en las manos. Era un soporte para esas cuchillas. Un sudor temeroso empezó a recorrerme. Ella se dio cuenta. Se levantó aproximándose a la cama.

Su mano se aproximó a mi entrepierna, y empezó a frotarme. A pesar del temor, asombro y otros sentimientos que en ese momentos me acongojaban, mi cuerpo respondió a la caricia. Eso era lo que ella estaba incitando. Entonces, con la misma suavidad, el mismo silencio, el mismo cariño que hasta el momento había demostrado, cogió el pene por la punta y empezó a cortar con rápidos movimientos, seccionándolo en rodajas. El dolor me destrozaba, pero la completa inmovilidad a que me veía sometido, el grito que no podía expresar, elevaban el horror de la situación a límites que no puedo expresar. Creo que quedé inconsciente, o por lo menos, la realidad desapareció para mí.

El siguiente recuerdo aparece minutos más tarde. Había cubierto la herida con los apósitos necesarios para evitar la pérdida de sangre. Ahora se entretenía en trazar pequeñas heridas a lo largo y ancho del cuerpo con las hojitas de afeitar. Y digo las hojitas porque sobre la mesilla reposaban varias de ellas, desechadas ya al haber cumplido su misión. Por lo que me pareció, en cuanto perdían algo de filo, cambiaba la hoja y no se molestaba en realizar un esfuerzo excesivo. Por eso, ahora lo comprendía, había comprado esa inusual cantidad de cajas.

Era metódica, no profundizaba demasiado, evitaba cortar vasos sanguíneos importantes, pero una tras otra los cientos de heridas, separados por escasos milímetros, se extendían sobre mi anatomía.

Y de fondo, implacable «Mistérios da Meia-Noite / Que voam longe / Que você nunca / Não sabe nunca / Se vão se ficam / Quem vai quem foi...»

No sé cuanto duró. Supongo que en mi desesperación, dolor y angustia, perdí más de una vez el conocimiento. No lo puedo asegurar. Mi cuerpo, cubierto de líquido espeso, semejaba una tarta de frambuesa. Yo no sentía. Ya no era dolor, era la súplica desesperada de un rápido fin.

En un determinado momento se incorporó, entró el el baño y me pareció oír que se lavaba. Apareció ya vestida, y sin dirigirme una última mirada, abandonó la habitación y la casa.

Aquí he quedado, esperando la muerte liberadora. Sé que no volverá. Sé que nadie va a encontrarme. Sólo me queda esperar, esperar, esperar.

Pero carajo, me gustaría saber ¿quién le contó que me acosté con su prima?