Funambulista balconero

 

Me siento sobre la barandilla del balcón. Con las piernas por fuera desde luego, sino ¿cómo vería la calle?

Aunque solo vivo en un la planta séptima, es fascinante la percepción del mundo tan diferente que desde aquí tengo.

Lo cotidiano se transforma en maravilloso. Los minúsculos individuos pierden toda su importancia desde esta altura. Veamos, doña Eulalia está hablando con una vecina que no distingo. Pobre doña Eulalia, sale de casa a las diez ─el super está en la esquina─ y a las dos menos cuarto se dispara a comprar cualquier cosa y hacer una comida apresurada antes de que llegue el marido. Eso sí, ha parloteado con todo el barrio en ese corto trayecto espacial, largo temporal.

Un hombre se para. Reflexiona. ¡Qué gracia! Incluso se da una palmada en la frente. Ahora se vuelve a recoger el olvido.

Los niños se arrastran a la escuela. Felipe. Hace tiempo que no hablo con Mafalda, tengo que recordarlo.

Allá van las orondas señoras, cargadas de paquetes del mercado, corriendo los treinta metros autobús.

Pasan gorriones y alguna gaviota, todos me saludan amistosos y yo les correspondo. Con el tiempo he llegado a distinguirlos, por eso me apeno cuando alguno desaparece. Me invitan a pasear con ellos, pero no me atrevo. Me da vergüenza que se rían de mi inexperiencia, de mis toscos braceos de principiante. Pero alguna vez lo tengo que hacer, me lanzaré y subiremos alto, muy alto, y nos dejaremos mecer por el viento y reposaremos en alguna nube generosa.

Ya está, un cretino está mirando hacia arriba y me distingue. ¿Por qué la gente no mirará por donde camina en vez de observar a lo alto? Siempre igual. Se para, pregona su hallazgo. ¡Un volatinero! Señala. Ya son dos, cinco, siete, doce...

No lo entienden, yo sé que no me voy a caer, y mientras lo sepa, no me caeré. Pero es inútil explicarlo. El entendimiento no alcanza en ocasiones a la realidad. Me retiro antes que el más bobo llame al 091.

Bueno, ahora tendré que salir por la puerta trasera porque siempre se quedan algunos de corrillo y si hay un fisionomista me puede reconocer.

Y no esta bien que se diga que un Magistrado del Supremo es funambulista balconero.