Con recochineo

 

Cuando se abrió la puerta del despacho de don Ramón, todas las miradas se volvieron hacia allí, para de inmediato apartarse mientras sus propietarios simulaban estar muy atareados. Pero todos, de reojo, observaron a Julián que salía después de su conversación con el director. Su expresión era la cotidiana, serio, impasible. Sólo el hecho de no mirar a nadie, de dirigirse directamente a su mesa sin desviar la vista, denotaba la anormalidad del momento.

Lo cierto es que todos barruntaban lo ocurrido. También Julián, cuando fue llamado a la oficina del principal presumía su destino. Lo de siempre, después de la fusión de las dos entidades sobraban sucursales duplicadas, sobraba personal, sobraban julianes.

Este, después de permanecer un momento inmóvil, con la mirada vacía, suspiró y reanudó su trabajo. Permaneció silencioso el resto de la jornada, sin levantar la vista de su ordenador. Al llegar la hora de salir, fue el primero en levantarse y esbozando un gesto de despedida, desapareció hacia la calle.

Entonces comenzaron los comentarios reprimidos en su presencia. Las opiniones coincidían, Julián era apreciado por sus compañeros.

─ Es una guarrada... Don Ramón es un cerdo... No tiene vergüenza...

─ Todos sabemos por qué lo ha hecho, no lo traga ni lo ha tragado nunca. Envidia, pura envidia.

─ Si es el mejor de la sucursal. Y no ha ascendido por eso mismo.

─ Cuando se jubiló Ramírez ya tenía que haber ocupado su puesto, pero claro, se hubiera notado demasiado que don Ramón es un inútil.

─ Podía haber despedido a cualquier niñato de estos que no saben nada y que todo lo lían, pero no, a Julián.

─ Ya veremos cuando haya un problema gordo quien lo soluciona. Lo que Julián lleva no lo sabe hacer nadie en la oficina.

─ Por suerte no tiene nadie que mantener, bueno, no quiero decir que la muerte de su mujer fuese una suerte, sino que uno solo pasa con menos. Y además tiene sus hijos que aunque casados siempre le podrán echar una mano en caso de apuro.

─ Además no es tan mayor, debe andar por los cincuenta y pocos, quizá pueda encontrar otra cosa, con su experiencia...

─ El lunes nos vemos. Hasta el lunes. Adiós

Pasaron varios días y Julián continuaba siendo el eje de los comentarios. Extrañaba su ánimo, el planteamiento filosófico con que enfrentaba la situación.

─ Como dicen, si tu mal tiene remedio... así que adelante. Lo que tengo que hacer es apresurarme a dejar todo en orden para el que se haga cargo de mi trabajo no tenga ningún problema.

Y se pasaba las horas delante de la pantalla, trabajando casi sin parar, como si le fuese la vida en ello. Esto es lo que más admiraba al resto de la plantilla.

─ Otro cualquiera, pasaría del tema, pero él, míralo, preocupándose todavía por la empresa.

─ Más de uno lo que haría es enmerdarlo todo después de la guarrada pero él no, preocupándose por sus compañeros. Y no se lo va a agradecer nadie y menos que nadie el baranda.

Julián parecía disfrutar con su trabajo, de vez en cuando sonreía, e incluso cuando hacía alguna pausa bromeaba sobre lo que estaba haciendo.

─ Si a partir del treinta voy a tener todo el tiempo del mundo para descansar, seguro que me aburriré, por lo menos hasta que me acostumbre.

Y seguía impertérrito tecleando, organizando, preparando. Estaba a cargo de las grandes cuentas, las más delicadas, y por ello su trabajo tenía que ser meticuloso, extremando el cuidado de no cometer el mínimo error que pudiera crear algún problema al cliente y no entraba en lo remotamente probable el perjudicarlo de algún modo. Eso sería una catástrofe. La pérdida de una de esas cuentas retumbaría a lo largo de los despachos de la entidad hasta en la más apartada sucursal en Lanzarote o más alejada si la hubiese.

Se acercaba implacable el fin de mes y el fin también de su permanencia. Comentaba.

─ El veintisiete empiezan a pagar y tenemos que tener las cuentas preparadas, fondos repartidos, todo listo para que no haya problemas con las nóminas. Hasta ese día no me sentiré tranquilo.

Y ese día llegó. Y el fin de su afanoso trabajo también. A media mañana incluso se levantó y salió a tomar un café, descanso que hacía casi quince días que no se permitía. Antes fue cerrando una a una todas las pantallas en las que estaba trabajando. Borró un sin fin de ficheros con la rutina de seguridad para que fuera irrecuperables. El la última pantalla que apagó, en la parte baja se leía una cifra curiosa, un millón novecientos noventa y nueve mil novecientos noventa y nueve. También lo borró, y mientras lo hacía musitó: con recochineo...

A partir de ese momento y hasta el día de su despedida, se relajó, sonreía, bromeaba.

─ Pues sí, ahora que voy a tener tiempo me voy a dedicar a una de mis grandes aficiones que no he podido desarrollar nunca, perseguir pelirrojas.

─ ¡Pero Julián!

─ Que sí, a mi de pequeño la Rita Hayworth me ponía y desde entonces siempre he querido encontrar una pelirroja y nunca he tenido oportunidad, ¡pues ahora es la mía!

─ Cualquiera que te oiga se va a creer que hablas en serio.

─ Como que no, en cuanto la tenga me vengo aquí y te la paso por las narices.

De esta manera pasaron sus dos últimos días. Y sonreía.

Sonriendo estaba el día treinta mientras iba recogiendo las cosa personales que tenía en su escritorio y las guardaba en una extraña bolsa de deportes que debió pertenecer a sus hijos por lo antigua que era.

Sonreía cuando el director regional llegó a la sucursal y entró en la oficina del director de la sucursal con semblante atrabiliario, seguido por algunos desconocidos serios, adustos.

Sonreía cuando volvieron a salir llevando a don Ramón entre ellos, sujeto por un brazo.

Sonreía cuando sus compañeros se miraban asombrados y mudos por la sorpresa.

Sonreía cuando la subdirectora salió nerviosa, alterada y con la expresión radiante de la que es portadora de malas noticias y sabe la expectación que genera..

─ ¡Quien lo iba a decir!, un desfalco, millones.

Se apelotonaron a su alrededor expectantes.

─ En una cuenta de las Islas Vírgenes, se lo había llevado todo. Pero como es un manazas, dejó alguna pista en los ordenadores y lo han pillado enseguida. Si hubiera sido Julián, con lo que él sabe de esos aparatos, no deja ni huella, a él si que no le hubieran pillado.

Sonreía ante el comentario.

─ Dos millones de euros, miento, faltaba un euro para los dos millones, como si lo hubiera hecho...

Sonreía cuando termino la frase por ella

─ Con recochineo.