El hombre del bisoñé

 

El hombre del bisoñé se incorporó pesadamente de la cama y descalzo, se acodó en la ventana.

En una habitación del edificio que tenía enfrente se veía un grupo de cuatro hombres alrededor de una mesa. Uno de ellos, alto y rubio estaba repartiendo cartas. Sobre la mesa, una cantidad apreciable de billetes. Estaban jugando mucho dinero. Terminó la mano. Por los gestos se apreciaba una discusión. Se oían voces pero no se entendía el significado. El hombre rubio se levantó violentamente y sacó una pistola. Amenazó a los otros mientras que con la mano izquierda recogía los billetes y los guardaba apresuradamente en el bolsillo de la chaqueta. Sin volverse, empezó a retroceder hacia la puerta. Al sentirla a su espalda, empezó a disparar. Los tres hombres cayeron desmadejados. El rubio huyó.

En la calle, dos hombres al oír los disparos se dirigieron corriendo en aquella dirección sacando sendas pistolas. Al salir del portal el hombre rubio, le gritaron algo al tiempo que le mostraban lo que parecía ser una identificación. El rubio se agachó tras un coche y comenzó un tiroteo. Paulatinamente fueron alcanzados por las balas un ciego que vendía cupones, un cartero, una señora gorda que pasaba por allí, uno de los que parecían ser policías y el hombre rubio.

El hombre del bisoñé prestó su atención a la siguiente ventana. Una mujer se apartaba de ella tras terminar el incidente al tiempo que encendía un cigarrillo Del interior salió un hombre gesticulando y al parecer increpándola al tiempo que señalaba la ventana y a ella que vestía braga y sostén. Al final la abofeteó. La mujer se volvió, salió un momento de la estancia y volvió agarrando un largo cuchillo de cocina. El hombre intentó retroceder pero fue inútil. Una, dos, hasta catorce fueron las veces que le clavó el cuchillo. Dejó suavemente el arma sobre una mesa, escupió sobre el cuerpo, arrojó el resto del cigarro por la ventana y comenzó a ponerse un vestido rojo burdeos.

Por la ventana inferior se vislumbraba una habitación con dos camas donde dormían plácidamente un par de niños, hasta que la caída del cuerpo en el piso superior les sobresaltó. Se levantaron desconcertados intentando comprender su existencia. Mientras se despejaban El más pequeño cogió un objeto de la mesilla, algo le resbaló y se deslizó debajo de una cómoda. Intentó recogerlo, solicitó la ayuda del otro. Este, ante la imposibilidad de encontrarlo, sacó una caja de cerillas de un cajón y empezó a encender una tras otra intentando vislumbrar debajo del mueble. Se quemó y arrojó la cerilla con brusquedad. Encendió una nueva sin percatarse de que la anterior no se había apagado. Minutos después la habitación ardía como un decorado cinematográfico. No se podía salir. El mayor, con las llamas en los talones, se incorporó al alféizar de la ventana. Resbaló y emprendió un vuelo que terminó aterrizando sobre la mujer del vestido burdeos que se apresuraba por abandonar el lugar, rompiéndole el cuello. Él por su parte, se abrió la cabeza contra el bordillo de la acera. Del edificio en llamas no consiguió salir nadie.

El hombre del bisoñé, bostezando aburridamente, se separó de la ventana y volvió a tumbarse en la cama.